Capítulo 1.
Mi primer Lustro.
Mi primer Lustro.
Durante bastantes años me he preguntado: ¿por qué me gusta levantarme tarde y acostarme de madrugada?. La respuesta, creo haberla encontrado, a raíz de una conversación con mi madre, hace ya mucho tiempo.
La escucho atentamente, mientras me cuenta cómo y cuándo conoció a mi padre, cómo se casaron y el momento en el que nací. No sabe exactamente la hora, pero me dice con certeza, que ya no había luz artificial, que la habían apagado (en aquellos años no era como ahora) y que salían los primeros rayos de sol, de una espléndida mañana del diez de junio, del último año de la década de los cincuenta (1959).
Pocas fotografías de esa época. Una, que me gusta ver con bastante frecuencia, en la que me tiene en brazos, mi queridísima tía Asunción.
Algún "posadito" como el que os comparto a continuación, otra foto entrañable con mi primo Fran en la que llevo un abriguito y gorrito a juego y algunas más, realizadas en el estudio del fotógrafo del pueblo.
Algún "posadito" como el que os comparto a continuación, otra foto entrañable con mi primo Fran en la que llevo un abriguito y gorrito a juego y algunas más, realizadas en el estudio del fotógrafo del pueblo.
Pocos recuerdos nítidos de mi primer lustro, pero siempre buenos. Evoco la casa antigua con el suelo rojo. Un "cañito" surcaba las estancias desde el patio hasta la calle. En los días de lluvia, disfrutaba viendo como los barquitos de papel, que muy pronto aprendí a hacer, navegaban hasta llegar a la calle, medio deshechos.
Recuerdo también nítidamente, la voz de mi abuela Dolores, llamándome para llevarme a su casa con mis tías Carmen y María. De aquellos primeros años, conservo una pequeña escoba, que me hizo el abuelo Juan y que guardo como el más preciado de los tesoros.
Recuerdo también nítidamente, la voz de mi abuela Dolores, llamándome para llevarme a su casa con mis tías Carmen y María. De aquellos primeros años, conservo una pequeña escoba, que me hizo el abuelo Juan y que guardo como el más preciado de los tesoros.
Mi madre siempre me ha contado que mi abuelo Juan era un hombre muy inteligente y su mujer, mi abuela Francisca, una elegante mujer que adoraba a sus cuatro hijos. Tengo la suerte de tener un maravilloso contrato de compra venta de un terreno, realizado por mi abuelo Juan.
De estos primeros años, mi madre me cuenta que era una niña tímida, curiosa, preguntona y con ganas de saberlo todo. Que ponía mucha atención cuando me enseñaban algo y que me gustaba enseñar lo que aprendía. Me dice, que ponía las muñecas sentadas en el suelo, frente a la puerta de madera de la alacena y que cogía las cuadradas tizas blancas y haciendo garabatos en la puerta, enseñaba a las muñecas como si fuera una maestra. Una verdadera pena, el que yo no tenga recuerdos de esos momentos.
De estos primeros años, mi madre me cuenta que era una niña tímida, curiosa, preguntona y con ganas de saberlo todo. Que ponía mucha atención cuando me enseñaban algo y que me gustaba enseñar lo que aprendía. Me dice, que ponía las muñecas sentadas en el suelo, frente a la puerta de madera de la alacena y que cogía las cuadradas tizas blancas y haciendo garabatos en la puerta, enseñaba a las muñecas como si fuera una maestra. Una verdadera pena, el que yo no tenga recuerdos de esos momentos.
Había cumplido los cuatro años, cuando me llevaron por primera vez al Colegio de la maestra Anita Espina. Los recuerdos de mi estancia en él, no son muchos pero sí son fuertes. Llegué de la mano de mi tía Asunción, llorando. No quería subir la empinada escalera que llevaba a una única estancia. No quería quedarme allí.
Recuerdo la mesa en la que se sentaba la maestra, en el centro de la sala, la ventana que daba a la calle y creo recordar un pequeño cuarto de baño. Casi puedo oír a Anita enseñándonos a leer: La "c" de casa, la "m" de mamá... Muy pronto aprendí a leer. Cogía cualquier "papel" y lo leía. Y por supuesto, las muñecas también aprendieron a leer, sentadas frente a la vetusta puerta de la alacena.
Recuerdo la mesa en la que se sentaba la maestra, en el centro de la sala, la ventana que daba a la calle y creo recordar un pequeño cuarto de baño. Casi puedo oír a Anita enseñándonos a leer: La "c" de casa, la "m" de mamá... Muy pronto aprendí a leer. Cogía cualquier "papel" y lo leía. Y por supuesto, las muñecas también aprendieron a leer, sentadas frente a la vetusta puerta de la alacena.
...CONTINUARÁ...
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