domingo, 18 de octubre de 2015

CAPÍTULO 4. EL SEGUNDO DE BACHILLER. #SIEMPREFUIMAESTRA

Capítulo 4. 
El Segundo de Bachiller.


Otro año más en el que verano terminó y con su final, de nuevo, la vuelta al Instituto. En el curso 1971-72 realizaba el Segundo de Bachiller General en Enseñanza Oficial con Beca.
Tenía las siguientes Asignaturas: Religión, Lengua y Literatura Española, Geografía e Historia, Matemáticas, Ciencias Naturales, Idiomas, Dibujo, Educación Física, Ed Cívico Social, E. Hogar. Estaba en el curso de 2ºA. 


Pudo ser este curso en el que tenía como Profesora de Francés a Elda. Una mujer joven que creo recordar que era francesa. Puedo verla con sus minifaldas, sus largas pestañas postizas, el tono de su voz...

Y ahí estaba yo, intentando aprender mucho francés, con mi grueso diccionario por el que había pagado 75 pesetas. Cuando leía un texto en francés, lo entendía bastante bien. El vocabulario no me costaba aprenderlo. Otra cosa era hablarlo y escucharlo. Se me resistía la pronunciación. A día de hoy, creo saber el porqué. Los idiomas no forman parte de mis capacidades.




El profesor de Matemáticas seguía siendo Don Javier Meier y el de Dibujo, Don Miguel. Ambos me tenían mucho cariño. Valoraban mi trabajo, mi esfuerzo...

Don Miguel nos animó a realizar un Dibujo para el Concurso que sobre el Día de la Madre, realizaba el Corte Inglés. Ese año eran los Juegos Olímpicos, así que el tema del Concurso, era ése. Recuerdo que dibujé los cinco aros olímpicos y en cada uno de ellos, un deporte. Y me dieron el Premio. Recuerdo fielmente como algun@s compañer@s comentaban que no entendían por qué yo había ganado, cuando había dibujos mejores que el mío. Por suerte, ese tipo de comentarios no me influían, ya de alguna manera, me había habituado a aceptar que en muchas cosas, yo era diferente. 

Cuántos recuerdos asociados a la recogida de ese Premio. El viaje a Sevilla con mi madre y mi tía Asunción en lo que entonces llamábamos en el pueblo "la camioneta" (el autobús de línea).

Era la primera vez iba a esa ciudad. El largo trayecto de paradas en todos los pueblos, hizo que me mareara. Luego, caminamos desde la vieja estación de autobuses de Sevilla a la plaza de Toros de la Maestranza de Sevilla. Allí era el acto de entrega del Premio. La plaza me parecía inmensa y estaba muy nerviosa y expectante ante esa nueva situación. Cuando por la megafonía dijeron mi nombre y tuve que bajar a la arena del ruedo desde la grada en la que estaba situada, a buscar el Diploma, iba tan nerviosa, como ruborizada. Me dieron un regalo para mi madre y otro para mí y el diploma. Después, había uno de esos espectáculos taurinos con hombres de baja estatura (se les llamaba enanos), que a mi no me gustó nada. Me daba mucha pena verlos allí perseguidos por nos novillos. Luego, la vuelta a casa...

En el instituto yo seguía disfrutando con todas las cosas nuevas que cada día aprendía. Me interesaba todo. Devoraba los libros que caían en mis manos que por esa época, eran de misterio, intriga... Me refiero a la lectura recreativa. Otra cosa eran los libros sobre autores clásicos, que en el instituto me obligaban a leer. 

Empezando el curso, en el mes de septiembre, había para mí un rito casi obligatorio. Por las tardes al salir del instituto, me pasaba por una casa que estaba situada cerca de la Placita del Bacalao, para comprar las "Algofaifas" (Azufaifas). Este pequeño fruto marrón, me encantaba. Este recuerdo me llena de nostalgia y hace que, a día de hoy al recordarlo, me pregunte ¿Qué habrá sido de ese hermoso árbol?


En aquellos años, combatíamos el frío del crudo invierno encendiendo la "copa". El "cisco" que se almacenaba en sacos, se ponía en un recipiente de metal y para que encendiera mejor, se colocaba encima el preciado "oritopé" que no era más que el papel de aluminio que traían las tabletas de chocolate y que se guardaba cuidadosamente.

Muchas veces, en las largas noches de lluvia y frío, se iba la luz. Nos quedábamos a oscuras a la luz de los velas, los candiles, las palmatorias de aceite... Y claro está, era la excusa perfecta, para llegar al día siguiente por la mañana al instituto y poder decir "profesor tenemos que cambiar el examen, anoche se fue la luz y no hemos podido estudiar". Esta situación me molestaba. Yo no la entendía. Se estudiaba todos los días y porque la noche anterior no hubiera luz, no me parecía motivo para dejar de hacer el examen. Pero claro está, en pocas ocasiones decía estos pensamientos en público. 



A finales de junio, las clases, dieron paso al fantástico verano del año 1972 en el que los días y los meses de vacaciones, parecían interminables. Pudo ser este verano cuando aprendiera a coser a máquina, en aquella máquina Singer que había en casa. Todo un acontecimiento para mí. Este aprendizaje daba rienda suelta a mi creatividad. Ya podía no sólo coser vestidos para las muñecas, sino también, para mí. Además, me gustaba coger el bastidor y bordar. Crear, inventar...me apasionaba.



Verano en el que leía las aventuras de Mortadelo y Filemón en el silencio de la siesta, que en mi casa era sagrada. Yo nunca la dormía. Me relajaba el silencio reinante a mi alrededor y lo disfrutaba leyendo.

Me gustaba hacer cometas con las cañas y papel y volarlas. Me intrigaba muchísimo, durante toda la fase creativa, pensar en si iban a volar o no. Una vez que subían y subían, me quedaba mirando sus giros en el aire, sus subidas y bajadas... disfrutaba sujetando la cuerda y haciéndola girar.



Y qué puedo contaros de otra de mis formas de crear, que ahora me produce repulsa cuando la recuerdo. Con el calor del intenso verano, las libélulas (los "aguaores", como las llamaba cuando era pequeña) revoloteaban cerca de los lugares en los que había agua. A mi gustaba cogerlas y quitarles la cabeza. Luego cogía papel de estraza lo doblaba y ponía la cabeza de la libélula entre las dos partes. Al aplastarla en el papel, salían unas simetrías impresionantes que me dejaban muy sorprendida.

Imagino, que al poco tiempo, me dí cuenta de la barbaridad que suponía realizar este tipo de creación. Pero las libélulas siempre han estado ahí. Tal vez por ello, sufro enormemente cuando caen ahora a mi piscina. Me gusta salvarlas. Ver como el sol seca sus alas y comienzan a volar de nuevo. Fotografiarlas y poder disfrutarlas una y otra vez, es desde hace muchos años, uno de mis placeres veraniegos.


Anclado en ese tiempo tengo también múltiples imágenes que pueblan mis recuerdos. Algunos de ellos con mucha ternura: ir a la tienda a comprar la mantequilla que entonces se compraba suelta y untarla en el rico pan para merendar, era todo un acontecimiento.


Hace tanto tiempo, que el viejo "carrillo" como lo denominan en mi pueblo, está en mi casa, que no puedo recordar cuando me lo traje de allí. Cuando lo miro durante un rato y cierro los ojos, puedo escuchar perfectamente el gimiente sonido que salía de él al moverse, subiendo el cubo lleno de agua, desde la profundidad del pozo.

Hace tanto tiempo también, que tengo esta vieja "colmena" de corcho realizada artesanalmente por las primorosas manos de mi tío Pepe, que ha fijado con total nitidez en mis recuerdos, el proceso artesanal de sacar la miel, de ver los panales repletos del dulce majar, de hacer la "meloja"... de guardar con avidez, cualquier tarrito de cristal que pudiera servir para almacenarla... y por supuesto, su olor, sus colores, su textura en invierno y en verano, su sabor untada en el pan o endulzando la leche...



Y para terminar este denso capítulo sobre mi segundo año de Bachiller, los recuerdos sonoros unidos a múltiples vivencias y sensaciones infantiles, con el Festival de Eurovisión.

...CONTINUARÁ...

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